domingo, abril 16, 2006

Reflexiones en un día ocioso

Hablar de los resultados del sistema educativo en el marco de la escuela pública es imposible sin tener presente el nuevo reto que plantea educar en la sociedad del bienestar y en la era de las nuevas tecnologías.

Hay alumnos que no se esfuerzan y por eso no llegan, y alumnos que esforzándose mucho tampoco llegan, aunque siempre han querido llegar. Si lo logran, sabrán cosas que los libros no enseñan. Hay alumnos que sin esforzarse llegan de sobras y que no quieren esforzarse más. A veces estos alumnos a los que les cuesta tan poco acaban perdiendo la motivación. Hay niños que son como libros abiertos, para los que cualquier aprendizaje es sencillo, y otros para los que el colegio es algo tortuoso e imposible de asumir sin traumas. Algunos de estos alumnos consiguen encontrar el faro que les guiará, otros, los que eran como libros abiertos, a veces se pierden. Hay montones de niños cuyas situaciones socio-económicas o personales no favorecen el estudio, o a los que se les diagnostican dislexias, déficit de atención o hiperactividad mucho antes de que su esfuerzo personal pueda ser tenido en cuenta.

Y es que hay algo ciertamente antinatural en el hecho de encerrar a un niño diez años de su vida, ocho horas cada día, en un aula. Pero eso forma, sin duda, parte de la vida y los privilegios de los ciudadanos del primer mundo. En el seno de cada familia y en el interior de cada joven se produce una búsqueda de soluciones a los problemas que la escolarización comporta en su día a día. Éstos determinarán el futuro individual de cada uno de ellos. Desgraciadamente el panorama muestra que muchos hogares no se libran del fracaso.

El sistema escolar debe aspirar a que la situación mejore, y debe plantearse el reto de ofrecer una mejor formación a los alumnos, al 100% de los alumnos, ahora que ese gran logro de la educación obligatoria ha sido finalmente alcanzado. La nueva meta es convertir los centros en "termómetros" valido para medir la capacidad de los alumnos y diagnosticar aquello que a cada uno le es exigible en cada momento, para ofrecer el mejor futuro posible a todos y cada uno de nuestros jóvenes, garantizando así un futuro mejor.

En un momento en que hemos universalizado la enseñanza, hemos de aprender a hacerla más sencilla, más cercana al mundo que les tocará vivir a nuestros hijos, porque el mundo de los conceptos no es un mundo en que todos se mueven con facilidad. El siglo XXI es lo suficientemente complejo como para que estemos obligados a ello. Hemos de intentar adecuarnos al futuro de todos, para que cada joven se sienta integrado y se sienta útil y creativo en el futuro, para que ninguno sea un ser frustrado a los 15 años por causa de haber pasado ya un tercio de su vida fracasando.

Por eso es imprescindible que no se confunda una buena formación de los alumnos - la que necesitamos- con una buena formación académica -la que obtenían en un pasado no muy lejano los jóvenes más brillantes y aventajados, que luego se convertían en líderes del futuro. Ellos habían accedido a una información que para otros no estaba disponible o no habían sabido asimilar.

Aquí nos encontramos con el enorme divorcio entre el marco en que se deberían impartir las enseñanzas de la escuela, y lo que realmente está sucediendo. En un mundo dominado por la información y la comunicación, la escuela pública las ignora, y no enseña a utilizarlas. En un momento en que el diálogo, la negociación y la gestión de grupos de trabajo son imprescindibles, éstos se fomentan poco en los institutos. Con necesidades y circunstancias cada vez más cambiantes, los centros a menudo funcionan como una colección de reinos de taifas, en los que en el mejor de los casos cada departamento va por libre, cuando no va por libre cada profesor.

La culpa no es de los profesores, sino del propio sistema. Ellos enseñan como fueron enseñados y nada, a excepción de los alumnos, que a menudo les hacen sentir tan prisioneros como se sienten ellos, fomenta el cambio. Los profesores de secundaria no han recibido más formación que la académica, y están mal preparados para la era de las nuevas tecnologías.

Nuestros hijos, mientras tanto, saben que habrán de adaptarse a la sociedad que les tocará vivir, pero ese futuro les parece engañosamente lejano y abstracto mientras algunos se estancan en un mar de escolaridad larguísimo y carente de unos estímulos que la cultura del zapping proporciona a espuertas en otros momentos del día.

El profesor de hoy, enseñando al 100% de los jóvenes, los que en teoría lo sabrán todo de aquí a veinticinco años, ni lo sabe todo, ni lo enseña todo, y centrado en su tema y en una situación en la que muchos no le siguen, habla de lo que sabe.

Resultados no es igual a educación. Un alumno que suspende diez asignaturas tiene que ser educado igualmente, y aquí es donde el sistema fracasa estrepitosamente. El concepto de "educare" supone sacar de cada uno lo mejor de uno mismo: No se trata de educar para "tener" (un aprobado, un buen expediente, un buen empleo, una familia feliz) sino de educar para "ser", para ser individuos plenos, con una ética, unos valores. En definitiva, se trata de educar para vivir, para servir a los demás. Desgraciadamente la sociedad de hoy en día no es precisamente un modelo de todo esto.

Educar para la relación y la comunicación supone contribuir a que los alumnos adquieran competencias y valores, que les guíen en un mundo en continuo cambio. Todo ello les permitirá seguir adquiriendo conocimientos y hallar mejores estrategias. Muchos alumnos aventajados son capaces de hacer esto solos. ¿Podemos permitirnos no enseñárselo al resto?.

Desarrollar estas competencias y valores requiere, antes que nada la implicación de las familias, la formación del profesorado (que fue capaz de aprender solo a hacer estas cosas) y en el terreno concreto de los centros de secundaria públicos cambios en la organización interna de los centros que impliquen, en el marco de un proyecto de centro y de una evaluación tanto interna como externa seria:

- La evaluación en función de las actitudes mostradas y las capacidades desarrolladas, no tan solo en función de los conceptos adquiridos.
- Sistemas más globales de enfocar las diferentes enseñanzas, que permitan a diferentes alumnos observar la realidad que les rodea desde áreas diversas y utilizando múltiples estrategias.
- Mayor adecuación entre la teoría y la práctica, la realidad que se vive y las enseñanzas que se imparten.

Educar para la relación y la comunicación, por otra parte, supone dedicar tiempo a establecer una relación entre padres, profesores y alumnos, y también establecer una relación con la sociedad en su conjunto, en la que no solo el aula, sino también el centro, no sea un ente aislado, divorciado de su contexto. Hay que convertir a los enseñantes en maestros en el arte de construir puentes, puentes entre conceptos y procedimientos, entre procedimientos y actitudes, entre itinerarios más teóricos e itinerarios más prácticos, entre niños más jóvenes y niños más mayores, entre la primaria y la secundaria, entre la secundaria y la universidad, entre el centro y los padres, entre el entorno immediato y el mundo.

No hay comentarios: